Lobbies de Buenos Aires Por Hugo Beccacece
Una mirada, una cámara y una bicicleta. Esas son sus armas o sus herramientas de trabajo. Claudio Larrea, amante de Buenos Aires y de su arquitectura, recorre la ciudad pedaleando de modo sistemático. Cuando detecta los edificios y los detalles que le llaman la atención, se detiene y toma una fotografía. Ese es su modo de preservar lo que ama y de fijar el curso del tiempo, a la vez que preserva sus pantorrillas y sus muslos de la fláccida melancolía. Los intereses de Larrea son precisos: busca las construcciones art déco y racionalistas. En la serie Lobbies, doce imágenes dan testimonio de la imaginación de los arquitectos y el oficio de los artesanos del período que va de la década de 1920 a la de 1950.
Todo o casi todo es línea recta y simetría en esos paneles de mármoles suntuosos, maderas y entradas de hierro. En el caso del art déco, las decoraciones de los pasillos de ingreso y los vanos de las puertas tienen ribetes negros: los mismos ribetes de las tarjetas de pésame y de las etiquetas de Chanel. Porque el art déco se inspiró en el estilo funerario de la tumba de Tutankamón, descubierta en 1922. De inmediato, joyas, suéters y rascacielos adoptaron la imaginería del Antiguo Egipto. ¿Acaso algunos de los espacios elegidos por Larrea no recuerdan algunas tumbas de la Recoleta, ecos remotos del Valle de los Reyes a orillas del Río de la Plata? En el fondo de esos corredores porteños, se presiente una revelación o un peligro.
El lobby, además de ser el lugar donde se desarrollan las reuniones de consorcio y se intercambian murmuraciones, es la antesala de la intimidad. Desde allí, los residentes y los visitantes se distribuyen hacia los departamentos, es decir hacia la misteriosa vida privada que se traiciona en los indiscretos pozos de luz.
No hay seres humanos en las fotografías de Larrea; sin embargo, en una de ellas están los símbolos abandonados de una presencia invisible, verdaderas insignias de mando del protagonista de esos ambientes. El secador, el plumero, el trapo y el envase de limpieza delatan al encargado. También delatan el humor de Claudio Larrea.
Ya no se hacen edificios como los de estas fotografías y no sólo por una cuestión de cambios de estética, sino porque lentamente fueron desapareciendo muchos de los artesanos que los hicieron posibles. Del mismo modo desapareció cierto tono de vida social.
El lobby puede ser el mismo, puede haberse conservado tal como era cuando se inauguró, pero los nuevos ocupantes “desafinan”: los gestos, las costumbres, la vestimenta, el lenguaje no armonizan con la clave geométrica de los techos, las paredes y el piso. En ese sentido, Larrea ha logrado registrar la ausencia, los fantasmas de la vida ciudadana. Todos ellos están allí, en el vacío, en las huellas fascinantes, aunque invisibles, dejadas en los muros entre los que vivieron.